domingo, 29 de marzo de 2015

LO RUTINARIO DEL DIA A DIA

LO RUTINARIO DEL DIA A DIA


Es un día especial. Me despierto a las 10 de la mañana. Al mirar el despertador dudo si la hora es correcta o he de adelantarla, pues no recuerdo haberlo hecho. Me parece temprano y, media vuelta, sigo en el lecho. 


Una hora después quiero levantarme, pero no sé qué hacer. Tendré que desayunar, si no se me juntará con la hora de comer y no me parece correcto hacer una comida tras otra por la potra de estar durmiendo hasta tarde, sin haber tenido narices para antes salir corriendo por estar en una hora antes o en una después, que al fin y al cabo el cambio de hora yo no lo inventé. Al fin me levanto, soñoliento, con ojeras de fiera, que si me viera cualquiera de espanto y sin aliento correría como fuera. Me meto en la ducha, de jabón me embarro, con un gran aguacero me enjuago, para seguidamente enjutarme y disponerme a desayunar, con el fin de coger fuerzas antes de empezar.

Desayuno, café con leche y unos pastelitos de uno en uno. Vuelvo al lavabo, esta vez despierto y con otro talante, el que necesitaré para, después de afeitado, salir a la calle y parecer todo un señor, no un necesitado. Una vez allí y terminada la tarea de afeitar, me miro al espejo, me río, me hago unos guiños y yo mismo me sorprendo: me siento como un niño, he vuelto a renacer. Es fantástica esa sensación, te sientes de otro modo, ya no eres aquél que se despertó hundido, sino que has aprendido la mejor lección, que has de sentirte contento contigo mismo, armarte de valor y disponerte a tus tareas diarias dentro de tu gran armazón, que te sirve de defensa y te da coraje y confort.


No me privaré de decir que, de buena mañana, ciertas necesidades fisiológicas son las más lógicas de hacer y que, por tanto, no has de marcharte sin a tu cuerpo satisfacer, que has de ir ligero y no con lastre de barquero que te impediría moverte con soltura, trabajar con entusiasmo y comportarte sin tener que bajar tu rendimiento o esconderte de tus compañeros para expulsar no sé qué por el trasero. Mas sigue lo que el cuerpo te aconseje y nunca te dejes mal aconsejar en estos menesteres de la vida, porque si al cuerpo haces caso y de lo que te indique no olvidas, mejorará tu vida.

Pues bien, limpio como una patena, salí dispuesto a comerme el mundo, a realizar cuánto aquella mañana me había propuesto, pues amparado por cuanto hasta aquí he dicho, haría todo lo que me había planteado. Y así fue, cumplí todo lo programado. Actualmente me dedico a la bolsa, esa cosa que mucha gente no entiende, una actividad divertida y nada sosa, que consiste en comprar de aquí y de allá lo más barato y de mejor calidad, de modo que al final de mes te queden unos reales que hagan tu economía más confortable. Vi, comparé y compré y nunca olvidaré que, quedé tan satisfecho de lo que adquirí, que ahora podré pasar toda la semana con exquisita comida y frutas, hasta manzanas. No tendré que volver, si no fuera por ese pan diario de cada día, que es preferible comprar donde lo sepan bien amasar, de lo contrario te dan una pieza de masa y corteza sin más, que al pellizcarlo se hace difícil de tragar.



Cumplido he, como aquél diría, mi cometido del día, pero aquí no termina esta historia. El día es muy largo y la siesta no puedes perdonar, pues he oído que hasta los extranjeros se la vienen aquí a pegar y es que comer poquito y bueno, si no le acompañas la siesta, exaltado por la noche te despiertas como si te fueran horas a faltar por haber cometido al medio día esa fatalidad.

Hazme caso, la bolsa y la siesta, la siesta o la bolsa, te hará tu vida más sabrosa y más despierta.


isidrojimenez.com

sábado, 28 de marzo de 2015

EL ESCARABAJO PELOTERO

EL ESCARABAJO PELOTERO


El escarabajo, ese insecto coleóptero, de antenas con nueve articulaciones terminadas en maza, élitros lisos, cuerpo deprimido, con cabeza rombal y dentada por delante y patas anteriores desprovistas de tarsos, busca el estiércol para alimentarse y hacer bolas, dentro de las cuales deposita los huevos.


Cara abajo o cara arriba podemos encontrarnos a este ejemplar porque en ambas posiciones este animalito se desplaza fácilmente asido a la pelota que, con arte y esmero, hace de excrementos, trabajando afanosamente como si estuviera en el arte de reciclar, que ahora nos apremia tanto a los humanos para evitar sumirnos en un mundo estercolero si no hubiéramos seguido los pasos de este coleóptero.

Hay más de 360 mil especies en todo el mundo, algunos se convierten plagas y son dañinos para los cultivos. El color y la morfología varía según la especie, pero todos tiene en común una boca con piezas masticadoras y alas delanteras duras como escudos que le protege el tórax. Disponen de alas para volar aunque no demasiado, haciéndolo sólo cuando resulta necesario, si bien algunos las tienen soldadas.


Estos diminutos animales, especialmente los escarabajos peloteros, los que encontramos en solitario por los caminos y senderos, haciendo bolas con los excrementos, siempre me han llamado la atención y por ello los he observado meticulosamente mientras hacían el nido de sus huevos, comiendo las boñigas de mulos y burros, y con sus excrementos hacían la bola que rodaban y rodaban hasta conseguirla de un tamaño de unos 5 cms. de diámetro, que será el nido de sus descendientes tras la puesta de sus huevos.

Recuerdo que a media tarde salí con mi  perro a dar un paseo por el camino que lleva este nombre, Paseo de Perros. Había a lo largo del camino gran cantidad de agujeros en sus lindes, donde se afanaban como estrepitosamente una gran cantidad de hormigas acarreando sin descanso granos de trigo del rastrojo más cercano. De pronto, entre todos esos seres diminutos negros de los hormigueros, vi uno no tan minúsculo también negro, como de un negro acerado, que luchaba por despojar de sus patas a las hormigas que sobre él se agolpaban, al mismo tiempo que empujaba una bola como de paja y barro mojado de la dureza de un adobe a simple vista, a la que daba empuje con las patas y todo su  cuerpo, poniendo en el empeño de que rodara toda su corpórea armadura, agrandándola y agrandándola a media que rodaba, con esa firmeza y ese tesón que caracteriza al más trabajador cuando ha de terminar la faena y se aproxima la caída del sol.


 Se había despojado ya de todas las hormigas, proseguía la marcha con su bola, como si fuera su trofeo. Entre tanto, yo no podía seguir en este momento mi camino. La curiosidad me podía. Debía quedarme y observar a dónde se dirigía o cuando de rodar pararía y como actuaría después, para conocer algo más de él.

Había una piedra en la linde del camino y allí me senté atónito a lo que veía y a la espera de lo que podía suceder, pues el sol se ponía y aquel animal no paraba y en su afán proseguía, como si también de noche fuera capaz de continuar en su afanosa tarea de transportar aquella mole y dejarla  en buen lugar que no fuera posible ser aplastada y destruida por el tránsito de otro mayor ejemplar que, con el pie, la pata o la rueda, la devastara y hecha polvo la dejara.



Estuve observando un buen rato, que para mi fue un instante. Al fin paró, la bola dejó de rodar, el escarabajo dentro de ella se metió, tal vez para protegerse, quizás para poner los huevos; no lo sé, el caso es que, se hizo de noche y debí marchar. Nunca más supe de él, pero en mi recuerdo perdura, con probable amargura, por lo bien que lo pasé, ese afán, esa dedicación, esa entrega, ese interés que ponía, que cada día al despertar traigo a mi memoria tratando de que perdure a  lo largo de mis actividades del día.

No puedo quedarme sin decir que no es lo más importante hacer la pelota, sino todos esos ambiciosos retos, atributos y cualidades que el animal pone de su parte en su trabajo, lo que debe servir de admiración para todos aquellos animales racionales cuya única meta es la pelota.

isidrojimenez.com


miércoles, 25 de marzo de 2015

ME PREOCUPA LA RESURRECCIÓN

ME PREOCUPA LA RESURRECCIÓN

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que sin duda será en el “último día”; “al fin del mundo” … “cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1a.Ts. 4, 16).

Este tema, al filo de la Semana Santa, es reproducido una y otra vez en iglesias y ceremonias, siempre con el juicio final de fondo, alentándonos a ser mejor para que, llegado ese momento, podamos conseguir el beneplácito eterno.

A veces la terminología empleada en las charlas, discursos u homilías, por los curas, lleva a la confusión de no saber qué es la resurrección y si tiene algo que ver con la reencarnación. A este respecto, hemos de decir desde ya, tajantemente, que la reencarnación no es aceptada por la iglesia, en cuanto que la considera imposible. Además la reencarnación se daría en un cuerpo con las mismas debilidades: la muerte, el envejecimiento, el sufrimiento, etc.

La resurrección se produce el último día. Supongo que se refieren al último día de cada uno, o ¿hemos de morirnos primero y esperar a que termine el mundo para que, todos muertos, resucitemos y adquiramos un cuerpo glorioso que nunca moriría, ni envejecerá y no conocerá el sufrimiento ni la enfermedad?

Pienso en todo esto y me entra una gran preocupación, primero porque ¿quién me puede explicar ésto?, porque cualquiera que no haya resucitado, que son los que siguen viviendo entre nosotros, no deben tener ni idea de lo que es y significa y los que ya resucitaron, -Jesucristo, la Virgen-, ya están en el cielo y no nos lo pueden contar, y segundo, porque me vienen mil preguntas, pero tres principalmente:

¿Resucitaremos en las mismas condiciones los malos y los buenos?

¿Viviremos unos y otros en las mismas condiciones y el mismo lugar?

¿Dónde viviremos, si se ya no existe el mundo porque ha llegado a su fin?

Preguntas todas estas sin duda asfixiantes, que te encogen el cuerpo y el espíritu sólo con pensarlo.

Y a medida que sigo pensando en todo esto, trato de encontrar argumentos que puedan consolarme y se me ocurre, a bote pronto, que no estaremos tan mal donde quiera que sea y que tampoco debemos recibir trato diferente unos y otros en razón de nuestro comportamiento durante nuestra vida, porque cómo un Dios que ha muerto por nosotros y  que perdona todo cuanto mal hacemos, nos va dejar de perdonar en el último momento, cuando hemos de pasar a esa otra vida que nos depara la  resurrección.

También se me ocurre que, como todo es relativo, cada individuo tendrá sus ideas sobre lo que es el bien y lo que es el mal, de modo que, si no sabemos el significado de cada término, es muy probable que, haciendo el mal, podemos creer que estamos haciendo el bien, o que confundamos lo que hacemos bien creyendo que hacemos el mal.

Para terminar, considero que no hemos de hablar de el bien o el mal, sino de hacer el bien o hacer el mal a alguien, pues en el hacer, con nuestros actos, podremos detectar si para ese alguien, aquél a quien hacemos algo, es bueno o malo nuestro actuar.

Ese alguien es el prójimo, aquél con el que convives cada momento de tu vida. Es a quien debes preguntar si estás haciendo el bien o el mal, independientemente de que Dios nos perdone a todos, buenos y malos, porque haciendo el bien al prójimo, lejos de pensar en si tendrás mejor o peor trato después de la resurrección, habrás contribuido a conseguir un mundo mejor.


Reflexiones de isidrojimenez.com

martes, 24 de marzo de 2015

EL ENEMIGO DE LA CREATIVIDAD

Con frecuencia nos dejamos llevar por una serie de hábitos o costumbres en nuestra vida, cayendo a veces en una rutina continua, que nos puede llegar a producir cierto hastío debido al automatismo con que desarrollamos cada una de las cosas que hacemos en nuestro día a día.


La rutina, esa costumbre arraigada de hacer las cosas, nos conduce a adquirir hábitos en la práctica, que nos capacita y permite para hacer algo de forma automática e inconsciente aun cuando estemos pensando en otra cosa diferente. Esos hábitos rutinarios a los que nos acostumbramos tan fácilmente, son en cierto modo adictivos, pues los practicamos de forma repetitiva y sin ser conscientes de ello y, porque ese aprendizaje habitual y rutinario, nos facilita la vida, nos la hace más cómoda, porque no hemos de pensar tanto ni prestar tanta atención a cada una de las cosas que hacemos. De ahí que fácilmente nos enganchemos y dejemos arrastrar por esa forma de actuar.

Me pregunto sí esa rutina, la que podría tildarse también como costumbre, hábito, uso o repetición de hacer las cosas, aunque nos ofrezca cierta comodidad, nos aleja de algún modo de la realidad, no teniendo conciencia del presente y de cada uno de los momentos que vivimos. Por la rutina, podríamos decir, nos perdemos muchas cosas de nuestra vida y no gozamos al hacerlas porque las realizamos inconscientemente. Es más, podemos llegar a la rutina cosmocócica, o lo que es lo mismo, abominable, que podemos llegar a aborrecerla porque nos sumerge en el hastío más profundo, restando a nuestra vida cierto sentido y alegría de vivir, sentir y regocijarse en y con cada una de las cosas que realizamos en nuestro vivir diario. Estaríamos, llegados a este extremo, en una vida a la que le falta sentido, sumergida en un hastío continuo y permanente, porque hemos llegado a extender la rutina a todo cuanto hacemos en nuestra vida y eso es peligroso.



Pero, visto desde otro punto de vista, la rutina puede no resultar tan aburrida ni tan desagradable, porque, si no hemos de pensar en todo cuanto hacemos, viene a constituir al menos una economía de tiempo en nuestra vida diaria. La hemos usado desde niños y sobre todo siendo niños y hemos sufrido de verdad cuando se nos ha sacado de nuestro entorno, o con extraños o nos han cambiado nuestras costumbres u horarios. De adultos también sufrimos: es muy habitual que personas cuando salen de vacaciones sufran desarreglos intestinales y que se atribuya el problema al agua o al tiempo, cuando son consecuencia de una rutina de vida cambiada. aunque sea por unos días, en la que cada cual se siente cómodo.


Todo lo dicho hasta aquí nos lleva a poder sostener que no debemos pretender eliminar o desterrar totalmente la rutina, sino que en la medida de lo posible hagamos uso de ella para lo estrictamente necesario y no tratar de poner el piloto automático para todo cuanto hacemos, de modo que no nos impida vivir nuestras experiencias, procurando ser más creativos en lo cotidiano sin que la rutina nos agobie.

Isidro Jiménez

lunes, 23 de marzo de 2015

EL APRENDIZAJE TEMPRANO DE LA LECTURA

EL APRENDIZAJE TEMPRANO DE LA LECTURA
(Relato corto de isidrojimenez.com)


Apenas aprendí a manejarme con las manos, con las que cogía cuanto a mi altura se ponía, fuera un papel, un plato o hasta el propio mantel, empecé a adiestrarme en coger cuanto yo divisaba que los demás con sus manos agarraban. A ese adiestramiento llegué observando y observando, viendo como los mayores a mi alrededor unos hablaban, otros callaban o bien leían, si bien prestaba más atención a estos últimos que manejaban algo que contenía muchos papeles, a los que apreciaba enormemente por lo bien que lo pasaba y lo mucho que me reía cuando los desgarraba entre mis manos. 

Mi temprana edad no me permitía distinguir todavía que era aquel compendio de tanto papel, ni para qué servía o por qué los mayores lo leían, porque ni aun leer sabía y menos lo entendería aunque me lo hubieran explicado. Pero, aun así, con la fuerza que aquel compendio de papel me atraía y movido por la curiosidad, fui apoderándome de cualquier libro que se  ponía a mi alcance, descubriendo la armonía del corretear de sus hojas cuando se ojea sin leer, como con ansia de saber si la letra, el encuadernado, las ilustraciones y su contenido, al lector le van a satisfacer. El aire que deprendía aquella acordeón de hojas de papel hasta olía bien y me regocijaba pasándolas y viéndolas una y otra vez. Así empezó mi afición por los libros y hasta hoy perdura en mi memoria lo a gusto que me sentía cada mañana, sentado en el inodoro, mientras ojeaba un libro al que le tenía una gran pasión, tal vez por la foto de aquel señor en su encuadernación.


A medida que me hice un poco más mayor comencé a interesarme por revistas de muchas fotos y color, que todavía no sabía leer, pero que apuntaba a entenderlas tal vez mejor. Me olvidé de aquel libro, mejor dejé de verlo. Después en otro tiempo pude saber que mi madre me lo guardó para que yo un día pudiera leerlo y entenderlo y gozar recordando lo que tanto me distraía en mi niñez a pesar de no entender.

Llegado el tiempo en que a duras penas conocía las letras y hacía mis pinitos de enlazarlas formando palabras, cuando ya me atrevía entrecortadamente a leer, mi madre me explicaba lo que aquellas frases del libro decían hasta lo que yo alcanzaba a entender. Y yo hacía callar a mi madre y seguía leyendo y leyendo y haciendo preguntas una y otra vez a fin de sacar algo en claro de todo aquello que apenas alcanzaba a entender. Me estaba entrando el gusanillo de la lectura y, como cualquier criatura, al igual que un mayor, mataba horas y horas en páginas y páginas que nunca acababan, pero no podía parar, debía llegar al final, que dicen que es lo mejor.

Después, ya un mozuelo, tal vez por ese hábito por los libros en mi temprana edad, improvisaba aquellos momentos vividos y devoraba cualquier libro, ahora ya sin tener a quién preguntar sobre el significado de la lectura, haciendo una gran esfuerzo por llegar a entenderlo yo mismo, en un alarde de querer saber más y más, porque los mayores repetían una y otra vez que la lectura da la cultura y culto yo quería ser.

Te haces mayor y el trabajo, las obligaciones familiares y sociales, te hurtan tiempo para leer, sin que a duras penas encuentres momentos para ello, pues aunque te dediques a estudiar, que ya es leer, pierdes de alguna manera esa forma tranquila y amena de gozar leyendo una lectura que te puede distraer, sin necesidad de memorizarla como el estudio te obliga, simplemente  abstrayéndote en esa reposada lectura que te proporciona placer.

No obstante, la costumbre de mi niñez en estos hábitos de la lectura, nunca la pude olvidar y me acompañó a lo largo de mi vida sin que, por crecer, la pudiera perder. Por el contrario me acompañó y se incrementó a lo largo de mi vida y fue mi fiel aliada en la consecución de mi acerbo cultural, un gran trampolín para conseguir donde quieres llegar.

Ahora, en mi madurez, con mayor razón no la voy a perder, al disponer de más tiempo, por tal motivo la lectura incremento y, además, naufrago en la escritura tratando de emerger todo lo leído y lo inventado de mi propia cosecha sobre el papel. A veces, yo mismo me siento altamente sorprendido cuando, después de mucho tiempo de haber hecho mis escritos, los he leído. Sin duda me despiertan distintos momentos de emoción y, como seguramente le ocurre a cualquier escritor consagrado, me elevan mi espíritu y mi yo.

No puedo sino agradecer tener lectores como vosotros que me sabéis comprender y a los que, si mis escritos os pueden hacer alguna aportación, aliento a seguir en la lectura, mía o ajena, costumbre de la que no os arrepentiréis y que contribuirá a que seáis mejor. Siempre he sostenido que en el mundo hay tanta sabiduría como cerebros y que la bondad o malicia son proporcionales a los portadores de aquéllos. Por ello, si sabemos leer y escuchar, podremos extraer de cada persona algo que tal vez ignoramos y poquito a poquito nos formaremos, trasladando esa formación a los de tu entorno en tus distintos foros, contribuyendo en definitiva a ese aprendizaje temprano que es la base y los cimientos de adquirir mayores conocimientos que harán para todos un mundo mejor.

Isidro Jiménez



domingo, 22 de marzo de 2015

LA SENDA DEL SUEÑO EN VIVO

Aquella tarde nubosa, con neblinas intermitentes, que parecía alargarse como si el día fuera más duradero, salió un rayo de sol entre las oscuras nubes, adentrándose entre los ramajes de los altos cipreses, iluminando el húmedo suelo alfombrado de paja mojada y dando claridad a la senda por la que transitaba.

La tenue lluvia dejo de caer como si no quisiera mojar el rayo de sol. De pronto me pare, miré al cielo y observé cómo se dispersaban las nubes. Pensé entre mí que el tiempo cambiaba y me permití continuar el paseo, cambiando mi idea de volver atrás por si la tarde se estropeaba, para evitar que mayor aguacero pudiera ablandar el camino e impidiera el regreso al lugar de origen.

Proseguí convencido de que no soportaría ese riesgo y llegué hasta el sendero que baja al río. Bajé por él y llegué hasta la orilla del río, de poco caudal, de fondo arenoso con guijarros, de agua circulante pero lenta y cristalina, con matorral en sus orillas, salvo la que yo pisaba observando que era arenosa, como si de una playa fluvial se tratara. Correteaban cerca de mí pequeños pececillos que indicaban la salubridad del medio en que se movían. Ello me llevó a pensar que podría saciar mi sed, pues si los peces no morían, qué mal me podría atacar a mí por el hecho de darme un trago de aquella agua en la que ellos también vivían. Me agaché, hice un cuenco con mis manos, cogí agua, que estaba muy fresquita, y me la tiré a la cara y seguidamente, en otro intento, me la llevé a la boca y me supo tan a poca que varias veces lo repetí.



Era el momento de volver, volver al lugar de donde venía. La tarde estaba cayendo, el sol indicaba que pronto escondería su luz y apremiaba el tiempo de tal modo que no era cuestión de pensarlo, sino de salir andando vuelta atrás de modo que la noche no se echara encima y poder sortear los charcos que la lluvia había dejado en el sendero a fin de no resbalar en la tierra empapada y evitar caídas innecesarias.


Con paso ligero emprendí el regreso, siempre mirando la silueta del horizonte por donde el sol se escondería. Ese sol tan luminoso pasó en pocos instantes a ser una bola más anaranjada. Estaba al borde del horizonte. Parecía una naranja subrayada por una  linea que iba limando al sol de abajo a arriba, dejando una imagen de tienda de acampada de nieve que fue desapareciendo y dando color rojizo a los trozos de pequeñas nubes que todavía flotando permanecían. De poca luz disponía, había que aligerar el paso y no salirme de la senda que, por estar calva de vegetación, me permitía verla mejor.

Al fin regreso a casa. Divisé en la lejanía la silueta de la iglesia, de su campanario y de los tejados de sus aledaños. Ya no temía ni hacerme daño ni aun andando con más premura que lo hubiera hecho una criatura, que yo ya no estaba para trotes, sino para pasear despacio y sin tropiezos. en pocos minutos estaba allí. Cené y a dormir y en mi sueño volví a recorrer el mismo sendero desde que salí hasta el lugar de regreso. Me sentí a gusto, vencí el trastorno del sueño, Había hecho la curva del sueño sin interrupciones y de dormir o despertarme ahora yo era el dueño.

isidrojimenez.com


jueves, 12 de marzo de 2015

LOS HEREDEROS ANTE LA HERENCIA: MODOS DE ACTUAR.

Ante una herencia es posible actuar de distintas formas o maneras, según convenga a los intereses del heredero.



Aceptación de la herencia.

Lo más frecuente es que la persona llamada a una herencia decida aceptarla, pero en ocasiones puede existir motivos para no aceptarla y, por el contrario, renunciar a ella, porque desconozca el contenido o valor de la herencia o sospeche de posibles deudas pendientes del heredero que pudieran ser superiores al valor de aquélla.

Es frecuente que antes de morir el futuro causahabiente, decida repartir sus bienes donándolos en vida, quedando así repartida su futura herencia entre sus herederos, siempre que se respete la legítima en favor de los herederos forzosos, de la cual no puede disponerse.

Casos en los que no queramos aceptar la herencia sin más y tampoco renunciar a ella.

Existe en nuestro ordenamiento jurídico la figura jurídica que consiste en la aceptación a beneficio de inventario, mediante la cual el heredero sólo responderá de las deudas que contenga la herencia con los bienes de la propia herencia, pero nunca con sus propios bienes y al mismo tiempo será acreedor de los créditos existentes con respecto a los bienes hereditarios.

La aceptación a beneficio de inventario puede hacerse ante Notario o bien pidiendo al Juez la formación de inventario y, concluido éste, manifestar en el plazo de 30 días si acepta o renuncia a la herencia y, de no hacerlo, se le considerará heredero tanto de la herencia como de las deudas.

Plazo para aceptar a beneficio de inventario.

Los artículos 1014 y 1015 del Código Civil distinguen según el heredero tenga o no en su poder los bienes de la herencia.
  1. Si los tiene el plazo es de diez días contados desde que supiere su condición de heredero, si reside en el lugar en el que hubiere fallecido el causante, y treinta días si reside en otro lugar (ojo que ese plazo no se cuenta desde la muerte del causante, sino desde que se sepa heredero).
  2. En otro caso, y salvo que judicialmente sea reclamado por los acreedores para que acepte o renuncie, no hay plazo (entiende la doctrina que el de 30 años que es el plazo para reclamar la herencia -entiendo que no para aceptar- pero, ese plazo es innecesario, dado que las deudas del causante probablemente hayan prescrito).

Ni más desafortunada puede ser la redacción del Código Civil, ni más cortos los plazos, ni más dudas puede plantear dicha redacción de los arts 1014 y 1015 (lo que probablemente sea causa importante: tanto de la escasa aplicación práctica del beneficio de inventario, como de la jurisprudencia restrictiva que existe sobre la materia).
El primer problema es fijar el lugar de residencia, pues no podemos desconocer que en los tiempos actuales, las personas suelen fallecer en centros de salud en capitales de provincia, habiendo residido habitualmente en una localidad cercana, o hay personas mayores que se trasladan a residencias de ancianos, en otras localidades, para pasar los últimos años de su vida.
Las combinaciones son tan amplias como las que diariamente vemos los Notarios en nuestros despachos para fijar cual es el Notario competente para tramitar la declaración de herederos intestados, y creo que la solución ha de ser similar, y es la de aceptar cualquier medio de prueba, atendiendo preferentemente al DNI y al censo electoral.
El problema es que el incumplimiento de plazos implica que el heredero responda personalmente de las deudas del causante, y que tal extremo sólo puede comprobarse a posteriori (sin que el hecho de aceptar judicialmente sea garantía alguna, pues una cosa es el acto de pedir el beneficio de inventario, y otra la acción que puedan ejercer los acreedores que consideren que dicho beneficio se ha perdido).
La duda la tengo a la hora de determinar ¿cuando el heredero sabe de su llamamiento a la herencia?, pues el Código Civil no dice que el plazo se cuenta desde que pueda aceptar, sino desde que sepa que es heredero.
Parece un tecnicismo, pero creo que es muy importante, pues según el art 991 nadie puede aceptar ni renunciar sino sin estar cierto de la muerte de la persona a quien haya de heredar y de su derecho a la herencia; pero el art 1014 no pide certeza, sino noticia de su condición de heredero (así no es lo mismo la certeza que se deriva de tener la copia autorizada del testamento, que la noticia que se deriva de tener una copia simple -siendo que los Notarios entregamos a los testadores copias simples del testamento-, tampoco es la misma la certeza de ser heredero intestado, derivado de la declaración notarial o judicial -vencidos los plazos reglamentarios- que la noticia derivada del mero hecho del fallecimiento del causante y que la condición de heredero intestado viene determinada por la mera concurrencia de unas circunstancias de parentesco).
El resultado es que los plazos son excesivamente cortos para que la institución pueda triunfar.
También tengo dudas a la hora de determinar ¿Cuándo tiene el heredero en su poder los bienes de la herencia o parte de ellos?
¿Qué se entiende por parte?, entiendo que por tal parte sólo cabe considerar una parte importante de los bienes de la herencia, o llegaríamos a la absurda conclusión de que el heredero que como recuerdo, retire una mera fotografía de la casa del difunto, ya se vería afectado por un plazo excesivamente corto (máxime si se tiene en cuenta que, fruto del duelo, pocos deciden “mover papeles” en los días inmediatamente posteriores al fallecimiento de un ser querido).
Los plazos tan cortos, tienen como finalidad, el evitar que el heredero haga maniobras tendentes a ocultar los bienes del difunto, y por ello la interpretación más coherente creo que es la indicada, y coincido con Don Antoni Botía Valverde, al considerar que:
  1. Dada la finalidad que tiene la norma de evitar la ocultación de bienes de la herencia en perjuicio de los acreedores del difunto, no cabe hablar de posesión de bienes inmuebles.
  2. Por el mismo motivo, han de ser bienes de cierto valor en relación al caudal relicto.

No es este el criterio compartido por la jurisprudencia menor, pues la AP de Murcia el 10 de Marzo de 2009 consideró que si el heredero es condueño de un bien con el difunto, ya está en posesión de bienes de la herencia, y la AP de Madrid el 1 de Juno de 2010 consideró que el convivir en el domicilio del difunto implica también posesión de los bienes de la herencia.

Renuncia a la herencia.

La renuncia a la herencia, también llamada repudio o no aceptación de la misma, se ha de hacer con plena libertad, por escrito y en documento público o auténtico que se presentara al juez de primera instancia para conocer del proceso de división de herencia.