EL PECADO DE
LA ENVIDIA
Me pongo a escribir y no tengo un tema definido, ni nada
específico sobre el que emplearme en el momento de decidirme a esbozar este
relato corto que ahora intento. Hoy no se ha topado conmigo nadie ni nada que
me haya sorprendido de alguna manera o en mí haya dejado siquiera una pequeña
huella sobre la que pueda dar rienda suelta a la imaginación, que me permita
poner sobre el papel cosas que pudieran, a juicio mío, interesar a mis lectores.
No obstante, he de reconocer que ha sido un día en que me
han sucedido muchas cosas y algunas de ellas he compartido con bastante gente,
lo que me obliga a deducir que, no es que nadie ni nada me haya aportado algo
para descargar sobre el teclado de mi portátil, sino que tal vez ha sido mi estado
anímico el que ha cerrado las puertas a cualquier influencia ajena y no me ha
permitido darle a nada de lo vivido la consideración de trascendente, que
pudiera ser objetivo de este relato.
Este estado dubitativo en que me encuentro, dudando de si
soy yo o son las personas y las cosas que me rodean el problema de la falta de
improvisación que ahora me atenaza, no me atrevo a definir cuál será el cuerpo
de este relato o en qué puede quedar el final del mismo, pero si puedo
adelantar que, independientemente de las palabras que emplee, los vocablos que
vierta y el tema que desbroce, resultará ser fiel a mis ideas y acorde a lo que
de mí saben los que me conocen.
Por esa falta de ideas para mantenerme escribiendo, me he
propuesto dar rienda suelta a lo que por mi mente pase, pues muchas cosas
pasan, muchos pensamientos e ideas se agolpan, se manifiestan imparables,
gritan y gritan tratando de destacar unas de las otras, quizás para atraer mi
atención por encima de las demás, de modo que yo las expulse y manifieste en
este preciso instante. Ideas, todas ellas que llenan mi vida, que me golpean
una y otra vez, llevándome al pasado o haciéndome preveer el futuro, pero
haciéndome sentir en todo momento el presente.
Grita y me golpea especialmente una idea, que más
adelante expondré, la idea con la que nunca comulgué y que en cualquiera
siempre detesté y condené; sí detesté, aunque, por qué no decirlo, también con
facilidad siempre detecté, por gozar de ciertas dotes para saber descubrir
con facilidad a aquéllos que están
imbuidos y pervertidos por los bienes del ajeno, materiales o espirituales, que
no les dejan vivir en paz porque siempre los desearán en su afán.
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Si esa idea de envidia se quedara en desear lo ajeno,
pues sería eso, un simple deseo. El problema es que la envidia va mucho más
allá, no le basta el deseo, ha de destruir a los que poseen lo que deseamos, ha
de conseguir privar a los otros de lo que poseen. De ahí que Dante Alighieri,
se refiriera a que el deseo de lo ajeno, en la envidia, era un deseo pervertido
al deseo de privar a los demás de lo suyo.
Sin duda es espeluznante la idea de la envidia. Tal vez y
por tal motivo también nos dice Dante "El castigo para los envidiosos es
el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros
caer". Y es
que, la envidia supera con creces el deseo de lo de los demás, cruza el umbral
de la simple codicia y persigue con implacable firmeza el desposeer a los demás
de lo que codiciamos e incluso de hacerlos caer y destruirlos, con lo que el
envidioso encuentra el máximo placer.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj7JF5cfQSBsN94hFXAwq1EaJqZhMILTxeTMjLoZ-rn4BNOrNnkd7LfK0stRMXY4Gt7hCKMUyItj48FD1rWkJU814ZIzCuTH923whkCTIyFfN0rEbdyS1ae_OUsF-2k8OPWD7VKEvjFEO4/s1600/_juanramon_e902d3041.jpg)
Isidro Jiménez
(Relato corto de isidrojimenez.com)
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