domingo, 5 de abril de 2015

EL PECADO DE LA ENVIDIA

EL PECADO DE LA ENVIDIA

Me pongo a escribir y no tengo un tema definido, ni nada específico sobre el que emplearme en el momento de decidirme a esbozar este relato corto que ahora intento. Hoy no se ha topado conmigo nadie ni nada que me haya sorprendido de alguna manera o en mí haya dejado siquiera una pequeña huella sobre la que pueda dar rienda suelta a la imaginación, que me permita poner sobre el papel cosas que pudieran, a juicio mío,  interesar a mis lectores.

No obstante, he de reconocer que ha sido un día en que me han sucedido muchas cosas y algunas de ellas he compartido con bastante gente, lo que me obliga a deducir que, no es que nadie ni nada me haya aportado algo para descargar sobre el teclado de mi portátil, sino que tal vez ha sido mi estado anímico el que ha cerrado las puertas a cualquier influencia ajena y no me ha permitido darle a nada de lo vivido la consideración de trascendente, que pudiera ser objetivo de este relato.

Este estado dubitativo en que me encuentro, dudando de si soy yo o son las personas y las cosas que me rodean el problema de la falta de improvisación que ahora me atenaza, no me atrevo a definir cuál será el cuerpo de este relato o en qué puede quedar el final del mismo, pero si puedo adelantar que, independientemente de las palabras que emplee, los vocablos que vierta y el tema que desbroce, resultará ser fiel a mis ideas y acorde a lo que de mí saben los que me conocen.

Por esa falta de ideas para mantenerme escribiendo, me he propuesto dar rienda suelta a lo que por mi mente pase, pues muchas cosas pasan, muchos pensamientos e ideas se agolpan, se manifiestan imparables, gritan y gritan tratando de destacar unas de las otras, quizás para atraer mi atención por encima de las demás, de modo que yo las expulse y manifieste en este preciso instante. Ideas, todas ellas que llenan mi vida, que me golpean una y otra vez, llevándome al pasado o haciéndome preveer el futuro, pero haciéndome sentir en todo momento el presente.

Grita y me golpea especialmente una idea, que más adelante expondré, la idea con la que nunca comulgué y que en cualquiera siempre detesté y condené; sí detesté, aunque, por qué no decirlo, también con facilidad siempre detecté, por gozar de ciertas dotes para saber descubrir con  facilidad a aquéllos que están imbuidos y pervertidos por los bienes del ajeno, materiales o espirituales, que no les dejan vivir en paz porque siempre los desearán en su afán.

Al hilo de esta idea, que ahora trato de desbrozar, ya Dante Alighieri, en su poema titulado El Purgatorio, escribía "Amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos.", refiriéndose a esta idea que trato de plasmar, cual es la envidia. Esa envidia, ese deseo de lo ajeno, ese interés por tratar de ser o tener lo de los demás, que tan a menudo nos arrastra y nos hace poner todo el empeño por conseguir, odiando en parte lo que somos y tenemos, esa envidia, - repito -, nos corroe y nos prohíbe el placer de disfrutar de los que somos y tenemos, por el interés desmesurado e incontrolado de lo de otros.

Si esa idea de envidia se quedara en desear lo ajeno, pues sería eso, un simple deseo. El problema es que la envidia va mucho más allá, no le basta el deseo, ha de destruir a los que poseen lo que deseamos, ha de conseguir privar a los otros de lo que poseen. De ahí que Dante Alighieri, se refiriera a que el deseo de lo ajeno, en la envidia, era un deseo pervertido al deseo de privar a los demás de lo suyo.

Sin duda es espeluznante la idea de la envidia. Tal vez y por tal motivo también nos dice Dante "El castigo para los envidiosos es el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer". Y es que, la envidia supera con creces el deseo de lo de los demás, cruza el umbral de la simple codicia y persigue con implacable firmeza el desposeer a los demás de lo que codiciamos e incluso de hacerlos caer y destruirlos, con lo que el envidioso encuentra el máximo placer.

No hemos de pretender lo ajeno, ni menos codiciarlo, e incluso para conseguir nuestros anhelos a veces hemos de poner freno, especialmente si lo que anhelamos es producto de la envidia. O si quieres piénsalo así: Debes estar contento de que los demás sean y tengan más que tú, pues de este modo, además de no pedirte, te pueden servir de gran ayuda, si bien hemos de coincidir en que es más feliz el que da que el que tiene.


Isidro Jiménez

(Relato corto de isidrojimenez.com)

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