miércoles, 24 de junio de 2015

LOS PETARDOS DE SAN JUAN

LOS PETARDOS DE SAN JUAN

Me abruman los petardos, todo mi ser se altera al escucharlos, me vuelvo histérico, despotrico y destierro a los improvisados artificieros y solo deseo que la meta del artefacto, si he de ser yo, sea él y se le meta donde no le haga daño, pero le quede un recuerdo que perdure de facto para próximos años, de modo que le quede presente que eso de tirar artefactos es muy fuerte y que puede hacer daño.


Me encantan las hogueras, esas llamas llenas de colores enrojecidos que parpadean señalando el cielo, ese olor a leña seca, ese crujir de la madera en ascuas, el humo en dirección incierta, el desmoronamiento al arder los sarmientos, las caras iluminadas de los presentes iluminadas por las llamas y el hedor de alrededor a tierra mojada. La hogueras son un milagro de la naturaleza, arden vigorosas, destruyen cualquier cosa; surgen al combustionar y no paran, feroces las llamas, hasta con todo terminar. Pero no llevan artificio, sino que por naturaleza es uno de los más antiguos oficios.


Petardos modernos y hogueras antiguas, una antítesis de explosión en una noche de San Juan, en la que, si no fuera por los primeros todo sería natural, convirtiendo la noche en un remanso de paz y felicidad.

No es de extrañar que cada mañana postrera a las fiestas de San Juan, nos levantemos creyendo que los de los  petardos nunca va a terminar, pues siempre hay quien reserva los petardos de mayor calado para impresionar, ya de buena mañana, a los que han de madrugar, aunque los pobres perros, que sufren más, son los que anuncian con sus ladridos que la fiesta no acaba de terminar. A este respecto, deciros que encontré una amiga cuyo perro parecía andar mal, pero me explico que no era por cojera o algo similar, sino que tantos días aguantando a los artificieros de los petardos le habían causado un estreñimiento singular. Entendí, entonces, por qué el mío andaba más o menos igual y es que el pobre ha sufrido tanto que no sabe dónde meterse y que cada vez que oye uno hasta se estremece.


Otros petarderos sus petardos guardan para conmemorar el día de San Pedro, que debe estar tan sordo como San Juan, ya que en sus vísperas aparecen los que parecen expertos del artificio, como si fuera su oficio, haciendo explosionar toda la artillería que guardaban para por fin las fiestas terminar.

Pasó San Juan, todo volvió a la normalidad. Esta mañana salí a pasear y, en mi deambular, descubrí que de esta fiesta no todo es maldad, sino que tiene la ventaja de poder pasear a primera hora de la mañana cuando todos los artificieros ya se han ido a acostar.

Has de sortear obstáculos de recipientes de bebidas y carcasas de artificios de los petarderos, pero disfrutas de la paz y la armonía, sabiendo que todos duermen y que ya no habrá que soportar humo y ruido, aunque queden en la reserva algunos todavía.


Encuentras algún transeúnte despierto que lamenta la suciedad de las calles, los tiznajos de la explosión y los desperfectos en el mobiliario urbano y los más despotricantes piensan que debió el artefacto darles en el ano, aunque eso no evitará que cada año haya accidentes en pies o manos.

Otros trasnochados preguntan por el metro y es que con tanto ruido y tanta explosión, además de la bebida que se han metido dentro y la falta de sueño por vivir la fiesta con tanto empeño, caminan aturdidos sin la lucidez debida y buscar cómo llegar a casa supone un reto.


En la playa se observan, como leones marinos, algunos que allí durmieron después de tomar sus vinos, con el runrún de las olas, alumbrados por la superluna y encogidos desde la cabeza a la cola.

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