(Relato corto de isidrojimenez.com)
Apenas aprendí a manejarme con las manos, con las que cogía cuanto a mi altura se ponía, fuera un papel, un plato o hasta el propio mantel, empecé a adiestrarme en coger cuanto yo divisaba que los demás con sus manos agarraban. A ese adiestramiento llegué observando y observando, viendo como los mayores a mi alrededor unos hablaban, otros callaban o bien leían, si bien prestaba más atención a estos últimos que manejaban algo que contenía muchos papeles, a los que apreciaba enormemente por lo bien que lo pasaba y lo mucho que me reía cuando los desgarraba entre mis manos.
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A medida que me hice un poco más mayor comencé a interesarme por revistas de muchas fotos y color, que todavía no sabía leer, pero que apuntaba a entenderlas tal vez mejor. Me olvidé de aquel libro, mejor dejé de verlo. Después en otro tiempo pude saber que mi madre me lo guardó para que yo un día pudiera leerlo y entenderlo y gozar recordando lo que tanto me distraía en mi niñez a pesar de no entender.
Llegado el tiempo en que a duras penas conocía las letras y hacía mis pinitos de enlazarlas formando palabras, cuando ya me atrevía entrecortadamente a leer, mi madre me explicaba lo que aquellas frases del libro decían hasta lo que yo alcanzaba a entender. Y yo hacía callar a mi madre y seguía leyendo y leyendo y haciendo preguntas una y otra vez a fin de sacar algo en claro de todo aquello que apenas alcanzaba a entender. Me estaba entrando el gusanillo de la lectura y, como cualquier criatura, al igual que un mayor, mataba horas y horas en páginas y páginas que nunca acababan, pero no podía parar, debía llegar al final, que dicen que es lo mejor.
Después, ya un mozuelo, tal vez por ese hábito por los libros en mi temprana edad, improvisaba aquellos momentos vividos y devoraba cualquier libro, ahora ya sin tener a quién preguntar sobre el significado de la lectura, haciendo una gran esfuerzo por llegar a entenderlo yo mismo, en un alarde de querer saber más y más, porque los mayores repetían una y otra vez que la lectura da la cultura y culto yo quería ser.
Te haces mayor y el trabajo, las obligaciones familiares y sociales, te hurtan tiempo para leer, sin que a duras penas encuentres momentos para ello, pues aunque te dediques a estudiar, que ya es leer, pierdes de alguna manera esa forma tranquila y amena de gozar leyendo una lectura que te puede distraer, sin necesidad de memorizarla como el estudio te obliga, simplemente abstrayéndote en esa reposada lectura que te proporciona placer.
No obstante, la costumbre de mi niñez en estos hábitos de la lectura, nunca la pude olvidar y me acompañó a lo largo de mi vida sin que, por crecer, la pudiera perder. Por el contrario me acompañó y se incrementó a lo largo de mi vida y fue mi fiel aliada en la consecución de mi acerbo cultural, un gran trampolín para conseguir donde quieres llegar.
Ahora, en mi madurez, con mayor razón no la voy a perder, al disponer de más tiempo, por tal motivo la lectura incremento y, además, naufrago en la escritura tratando de emerger todo lo leído y lo inventado de mi propia cosecha sobre el papel. A veces, yo mismo me siento altamente sorprendido cuando, después de mucho tiempo de haber hecho mis escritos, los he leído. Sin duda me despiertan distintos momentos de emoción y, como seguramente le ocurre a cualquier escritor consagrado, me elevan mi espíritu y mi yo.
Isidro Jiménez
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