martes, 5 de julio de 2016

LAS MAMÁS DE TUS PADRES: TU ABUELA

PUDO SER TU MADRE, PUDO SER TU SUEGRA, PERO AHÍ ESTABA.


Siempre que mis hijos pedían algo, allí estaba para darles lo que querían. Jamás les dio un no por respuesta o les negó lo que pedían. A mí como padre me costaba entenderlo, porque siempre nos han enseñado que a los niños no se les puede dar todo y que lo contrario era malcriarlos y, a pesar de que  me esforzaba mucho por entender su proceder no conseguía entender del todo que los deseos de mis hijos se cumplieran tan pronto como abrían la boca o señalaban, solo porque allí estaba alguna de sus abuelas.

Si los mecía por mucho tiempo después de que se hubieran quedado dormidos, no podía entenderlo y pensaba que no aprenderían a dormirse por sí solos. Si corría a verlos tan pronto hacían el ruido más pequeño, pensaba que nunca aprenderían a calmarse solos.
Me molestaba que de ella obtuvieran los mejores regalos de cumpleaños, de navidad u otra onomástica, o les diera dinero con la excusa de que tuvieran hucha y me sentía resentido porque no sabía como competir cuando mis hijos me mostraban con tanta ilusión los regalos de cualquiera de sus abuelas.
Y cómo estaban siempre pendientes de su abuela, sobre todo a la hora de la comida o la cena, porque les preparaba sus comidas favoritas y hasta tres platos diferentes para que los niños no se queden sin comer por si alguno no les apeteciera. Y siempre sacaba de la manga alguna pequeña sorpresa: Un regalito, dulce o un premio especial. Pero yo no quería asociar a las abuelas con regalos y dulces. Creí que ellos debían quererlas por lo que eran e intenté decírselo en más de una ocasión, pero ninguna me escuchaba.
Durante muchos años estuve pensando por qué hacían todas esas cosas y el por qué de esa sin razón de malcriarlos, pues se suponía que las abuelas eran para “malcriar” y después mandarlos de vuelta a casa.
Todo esto ocurrió hasta que te fuiste.
Tuve que juntar a mis hijos y decirles que su abuela había muerto. Nos pareció a todos imposible que te hubieras manchado y nos hubieras dejado, pues se suponía que estarías siempre para los momentos más especiales de tus nietos: les premiarías por sus notas de colegio, les acompañarías a sus festivales escolares, les alentarías a ser buenos con todo el mundo y sobre todo sus amigos, hasta irías a sus graduaciones, les apremiarías a estudiar y sacar la carrera para ser hombres de provecho y hasta les acompañarías a su boda. Pero ellos perdieron a su abuela demasiado pronto. No estaban listos para decir adiós porque nunca habían pensado en esa fatalidad del destino.

Ahora, después de habernos dejado, pienso en todos esos años que estuve deseando que dejaras de malcriarlos y durante los cuales nunca pude entender que los amabas, no malcriabas. Los amabas tanto que lo demostrabas de todas las maneras posibles: Tu cocina, los regalos. los dulces y golosinas, tu presencia, la manera en que recordabas con detalle los momentos especiales, y cómo los entretenías con tus juegos y cómo se lo pasaban cuando quedaban contigo y cómo recordaban las bonitas anécdotas de tu vida que tus les habías repetido una y otra vez y que no se hartaban de escuchar con atención. Tu amor de abuela por ellos no conocía límites. Tu corazón derramaba amor por todo lugar posible: tu cocina, tu libro de bolsillo, tus palabras y tus brazos incansables.
Ya no es momento de volver atrás y rectificar, ya no es tiempo de lamentarse ni tendría sentido clamar por aquellos tiempos, pero a veces pienso en cómo lo pensaba todo mal. Estaba tan equivocado al percibir tu generosidad… Comentamos todo esto la madre de mis hijos y yo y ambos llegamos a la misma conclusión.
Nuestros hijos, se hicieron adolescentes y te extrañan profundamente. Y no extrañan tus regalos ni tu dinero. Te extrañan a ti. Ahora ya con familia propia no te olvidan y te siguen recordando como si no faltaras, aunque la realidad es que no estás.
De adolescentes, ellos extrañaban correr a recibirte en la puerta y abrazarte aún antes de poner un pie dentro de la casa. Extrañaban mirar a las gradas y verte, una de sus mayores admiradoras, sonriendo y concentrada en tener su atención. Ellos extrañaban hablar contigo y escuchar tus palabras, esas palabras de abuela llenas  de sabiduría, ánimo y amor. De mayores, tratan de ser como tú, de que sus hijos tengas el mismo calor que recibieron de ti, de que no les falte de nada… y nos ponen a nosotros los padres, con respecto a sus hijos, en ese lugar que tú supiste en sus vidas llenar. no sé si vamos a saber ser y estar como tú, pero lección nos dejaste para aprender.
Cuando te fuiste pensaba si podría hablar contigo una última vez, para decirte cada momento precioso que me roba el corazón cada vez que veo a tus nietos llegar a una meta, conseguir un triunfo. Y cada vez que me sorprendo con su perseverancia, talentos o triunfos, pienso en ti. Y deseo que ellos pudieran tenerte de vuelta.

Te pediría que, si puedes, regreses y ámalos una última vez como nadie en el mundo lo hace. Trae tus dulces y tus sorpresas. Recompénsalos con regalos por sus más pequeños logros. Prepara cuidadosamente sus comidas favoritas. Llévalos a donde quiera que quieran ir. Todo sólo porque los amas.
Regresa y mira cuánto han crecido., que ya se casaron sin estar tú y han traído al mundo biznietos tuyos. Estremécete conmigo mientras admiramos como la familia, los amigos, el tiempo y el amor los ayudó a crecer tan hermosamente con los años.

Y cuanto más deseo que regreses, más me doy cuenta de que jamás te fuiste.
Ahora lo entiendo. Se que los amaste en todo modo posible. Sé que ser su abuela te dio alegría y propósito. Y claro que sé que no puedes regresar, pero sé que tu amor por ellos siempre permanecerá. Tu amor los cimentó y protegió de maneras que no pueden ser descritas. Tu amor es una gran parte de lo que son ahora y de lo que serán cuando crezcan. Por esto, por cada premio y regalo, y cada vez que los meciste por demasiado tiempo o los consolaste mucho o los dejaste quedar despiertos hasta tarde,… por esto yo siempre te estaré agradecido.
Y desearé un millón de veces que lo pudieras hacer de nuevo.
Por eso con una gran nudo en la garganta he de decir al mundo entero que a las abuelas, si se han ido no se les puede olvidad, y si están hay que hacerles en nuestro corazón un gran pedestal, al que cada día lleves flores aunque llores.
Isidro Jiménez