LO RUTINARIO DEL
DIA A DIA
Es un día especial. Me despierto a las 10 de la mañana. Al mirar el
despertador dudo si la hora es correcta o he de adelantarla, pues no recuerdo
haberlo hecho. Me parece temprano y, media vuelta, sigo en el lecho.
Una hora
después quiero levantarme, pero no sé qué hacer. Tendré que desayunar, si no se
me juntará con la hora de comer y no me parece correcto hacer una comida tras
otra por la potra de estar durmiendo hasta tarde, sin haber tenido narices para
antes salir corriendo por estar en una hora antes o en una después, que al fin
y al cabo el cambio de hora yo no lo inventé. Al fin me levanto, soñoliento,
con ojeras de fiera, que si me viera cualquiera de espanto y sin aliento
correría como fuera. Me meto en la ducha, de jabón me embarro, con un gran aguacero
me enjuago, para seguidamente enjutarme y disponerme a desayunar, con el fin de
coger fuerzas antes de empezar.
Desayuno, café con leche y unos pastelitos de uno en uno. Vuelvo al lavabo,
esta vez despierto y con otro talante, el que necesitaré para, después de
afeitado, salir a la calle y parecer todo un señor, no un necesitado. Una vez
allí y terminada la tarea de afeitar, me miro al espejo, me río, me hago unos
guiños y yo mismo me sorprendo: me siento como un niño, he vuelto a renacer. Es
fantástica esa sensación, te sientes de otro modo, ya no eres aquél que se
despertó hundido, sino que has aprendido la mejor lección, que has de sentirte
contento contigo mismo, armarte de valor y disponerte a tus tareas diarias dentro
de tu gran armazón, que te sirve de defensa y te da coraje y confort.
No me privaré de decir que, de buena mañana, ciertas necesidades
fisiológicas son las más lógicas de hacer y que, por tanto, no has de marcharte
sin a tu cuerpo satisfacer, que has de ir ligero y no con lastre de barquero
que te impediría moverte con soltura, trabajar con entusiasmo y comportarte sin
tener que bajar tu rendimiento o esconderte de tus compañeros para expulsar no
sé qué por el trasero. Mas sigue lo que el cuerpo te aconseje y nunca te dejes
mal aconsejar en estos menesteres de la vida, porque si al cuerpo haces caso y
de lo que te indique no olvidas, mejorará tu vida.
Pues bien, limpio como una patena, salí dispuesto a comerme el mundo, a
realizar cuánto aquella mañana me había propuesto, pues amparado por cuanto
hasta aquí he dicho, haría todo lo que me había planteado. Y así fue, cumplí
todo lo programado. Actualmente me dedico a la bolsa, esa cosa que mucha gente
no entiende, una actividad divertida y nada sosa, que consiste en comprar de
aquí y de allá lo más barato y de mejor calidad, de modo que al final de mes te
queden unos reales que hagan tu economía más confortable. Vi, comparé y compré
y nunca olvidaré que, quedé tan satisfecho de lo que adquirí, que ahora podré
pasar toda la semana con exquisita comida y frutas, hasta manzanas. No tendré
que volver, si no fuera por ese pan diario de cada día, que es preferible
comprar donde lo sepan bien amasar, de lo contrario te dan una pieza de masa y
corteza sin más, que al pellizcarlo se hace difícil de tragar.
Cumplido he, como aquél diría, mi cometido del día, pero aquí no termina
esta historia. El día es muy largo y la siesta no puedes perdonar, pues he oído
que hasta los extranjeros se la vienen aquí a pegar y es que comer poquito y
bueno, si no le acompañas la siesta, exaltado por la noche te despiertas como
si te fueran horas a faltar por haber cometido al medio día esa fatalidad.
Hazme caso, la bolsa y la siesta, la siesta o la bolsa, te hará tu vida más sabrosa y más despierta.
isidrojimenez.com
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