domingo, 28 de junio de 2015

LA CORRECCIÓN EN LA CONVERSACIÓN

LA CORRECCIÓN EN LA CONVERSACIÓN.

Esta noche no puedo dormir. Tengo los ojos más abiertos que cuando se sueña despierto. Junto a la chimenea, con las llamas que se menean, asando unas costillas, rodeado de unos cuantos tertulianos, me esfuerzo por seguir el hilo de la conversación, pues hasta ahora, después de una hora, no he sido capaz de conversación entablar con ninguno de ellos, ya que hablan al tiempo  y me encuentro fura de tiempo cuando quiero hablar o hablo a destiempo y, lógicamente, no me entero de na.

Al fin se va apagando la conversación. Parece como si los tertulianos no tuvieran recursos para conversar o seguir en sus argumentos a los demás. Eso me da a mi fuerza. Ahora me encuentro en mi lugar. Estoy a punto de empezar a hablar y, de pronto, alguien me interrumpe y me hace callar. Me siento mal. Tan difícil es dejar hablar que nos cuesta callar y hasta escuchar.

Odio a quien no sabe escuchar, al que corta al que va a hablar y al que habla por hablar. Empiezo a pensar, no soy de este mundo o éstos que son mis semejantes no se asemejan tanto a mí, o tal vez mi semejanza no es la de ellos, que al fin y al cabo es igual, pero, semejanza a parte, ellos o yo los hábitos al hablar deberíamos cambiar, de modo que todos en tertulia aprendamos a hablar sin pisar, a callar cuando nos toca, a escuchar siempre evitando el desprecio de el de enfrente, a no cambiar de conversación cuando ésta está en su mayor fragor menospreciando cada intervención, a aportar lo mejor de nosotros en la misma haciéndola mas rica, a aprender de lo que aportan los demás, a saber preguntar cuando no nos enteramos de na, a explicar ordenadamente tus comentarios, a resaltar lo que te gusta de cuanto te aportan, a enseñar en lo que dominas al resto y tantos otros retos que deberíamos proponernos practicar cuando una conversación emprendemos, de modo que, huyendo del protagonismo que en nosotros no ha de imperar, sepamos ganarnos a los contertulianos enseñándoles de modo ejemplar la forma en que debemos participar en las conversaciones, para que no parezcan canciones de tríos o quintetos en las que, ni los que hablan, ni los que parecen escuchar, llegan a enterarse de na.


Ya entrada la noche llega el momento de degustar. Las costillas a la brasa son un manjar y casi nadie habla para no perderse una tajá. Aprovecho yo el tiempo, sin perder bocado y aun con la boca llena, para empezar un tema que me interesa destacar, pues hasta ahora solo se  había hablado de cuatro frivolidades sin más, que eran un aburrimiento y más para unos hambrientos que se perdían en la conversación porque el cordero y su olor te llenaban los sentidos hasta el punto de sentirse ofendidos por no haber empezado con las costillas ya. Y en ese trance, todos callados, costilla en manos y manifestando con boca llena y olfateando su buen sabor, me dispuse a intervenir antes de ver venir a uno que se quería adelantar, tan sólo para decir, porque me interrumpió, que el cordero estaba delicioso y que cenas así, aunque a horas intempestivas, más a menudo había que repetir. Más este simple comentario me dejó otra vez sin hablar y me trajo a la mente que lo mejor era callar porque era el momento de degustar y mientras estuviera degustando, de mí  pocas palabras iban a sacar. A la cuarta costilla, de estar solo no hubiera comido más, pero, acompañado y sin poder  hablar, me dispuse a continuar. Sin duda acerté, porque era lechal digno de un manjar y como invitado no podía quedar mal.



Cumplí, como se suele decir, como un gran comensal, colosal  hasta saciar, pero en mis entrañas tenía cosas que no digería, de esas extrañas que te corroen porque en tu mente no las amañas para poder entenderlas tejiéndolas poco a poco como la tela de araña. Esas cosas, entre otras, eran que había observado cómo las conversaciones y comentarios sin valor son aquéllos que más interesan en un comedor, como si estuviera vedado al comensal, al mismo tiempo que el estómago llenar, ir ordenando en su mente las cosas importantes de qué hablar, de modo que pueda aprender el que habla y los demás. Al fin y al cabo al hablar de necedad todos somos igual y ésta empieza por no ser conscientes de que comiendo y bebiendo también se puede aprender, sabiendo entresacar al otro lo que nos interesa saber, no diciendo trivialidades y sandeces que los demás no merecen.

Me recuerda lo que sucede en estas escenas, - puede ser en una comida o una cena o simplemente charlar sin más -, a cualquier escena televisiva, de teatro o de cine, el que tiene tan alto el IVA, en donde el protagonista o el segundón se esmeran y esfuerzan por hacerlo lo mejor y, si se trata de hacer reír, procurar del espectador el mayor énfasis al sonreír a carcajadas con enormes risas en cascada. Y me trae esos recuerdos el hecho de que los intervinientes en la tertulia no cesan en verter, una y otra vez, banalidades y estupideces, que tal vez a ninguno interesen, incluso algo soez, hasta conseguir saciar su sed, siendo protagonistas del momento, erigiéndose entre los demás como un monumento que supo aprovechar su verborrea y su sin gracia para caer entre todos, con su elegancia y arrogancia, en gracia. Pero que al final, rebobinas y te das cuenta que no dijo na, que cuanto conversó y platicó al charlar, no tenía otra finalidad que conseguir ante los demás su momento estelar.

Me permito recomendar que no caigamos en el error de, haciendo cuanto antes he criticado, querer ser el mejor en cualquier reunión, pues si mejor es hacer algo con mayor perfección y es lo que pretendemos, la lección es que hemos de actuar con corrección poniendo empeño en hablar de lo que sabemos, preguntar y no fruncir el ceño, callar cuando escuchemos, escuchar y analizar, respetar a los demás y ante todo saber dejar hablar.

Isidro Jiménez





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