La vida es repetitiva, a veces tan monótona que nos
obliga a evadirnos repasando el calendario, tratando de buscar, además del fin
de semana de descanso, otras posibles fiestas que nos amenicen y hagan más
llevadera la faena diaria.
Y es que en ocasiones, cada mañana venimos a considerarlo
un día más, en el que, si no hay nada novedoso y digno de destacar, nos dejamos
llevar por la monotonía de llegar al despacho, la oficina o lugar de trabajo,
sentarnos delante del ordenador, con la corbata bien centrada, apretada y
aguerrida al cuelo, sintiendo el traje como coraza que ejerce toda la presión
de la gravedad sobre nuestros hombros y los zapatos, agarrados a las ruedas de
la silla como grilletes, como plataformas que sustentan nuestro cuerpo por si
fallara aquella.
De alguna manera nos estamos sintiendo en un estado de
reacción ante una monotonía que nos agobia, la que sobrellevamos movidos por la
obligación de dar salida a cuantas tareas tenemos encomendadas, resignándonos a
seguir trayendo a la memoria aquello de que "el trabajo dignifica al
hombre" y "ganarás el pan con el sudor de tu frente", amén de
otras emociones que complacen nuestro ego por los buenos resultados de un
trabajo bien hecho y que nos proporcionan coraje para seguir, aunque en el
fondo estamos presa del atenazamiento de la monotonía diaria que propicia la
repetición de tareas.
Dicho de otra manera, a menudo nos preguntamos sí estamos
haciendo lo que hubiéramos querido, sí lo que hacemos nos reporta lo que anímicamente
necesitamos y sí lo que obtenemos a cambio complace nuestras expectativas de
todo tipo.
Pues bien, cuando las respuestas a esas preguntas, dentro
de este estado en el que todos nos sumimos en momentos de nuestras vidas, no
nos complacen por no cubrir nuestro abanico de necesidades, es obvio que algún
cambio en nuestra vida hemos de plantearnos, valorando las posibilidades de
conseguir nuestros objetivos, a fin de obtener respuestas afirmativas a esas
interrogantes, anidadas en nuestra mente, que nos hagan huir de la zozobra que
nos encalla e inmoviliza, estanca y hasta entretiene, mermando todos nuestros
anhelos de libertad en lo que queremos y en la forma de hacer aquellas cosas
que habíamos deseado.
Es fácil pensar en que hay que cambiar algo en nuestra
vida diaria, pero un reto llevar a término dichos cambios, no ya por el gran
esfuerzo que supondrá, sino porque primero habremos de vencer el miedo al
cambio. Los humanos somos por naturaleza inmovilistas, lo que nos obligará en
principio a un sobreesfuerzo para vencer nuestra rutina y nuestros hábitos y
para lo que habremos de emplear una buena dosis de esfuerzo y dedicación, sin
olvidar que, además del coste que requiere cualquier cambio, hemos de tener
presentes las consecuencias del mismo.
Si bien es difícil llevar a la práctica lo que aquí
tratamos, lo cierto es que todo es posible si nos lo proponemos, haciendo con
esta idea más fácil el cambio, especialmente si tenemos presente que hemos de
empezar por abordar el problema que nos atenaza, previamente haberlo
identificado, procurando hacer cambios en nuestro comportamiento y huyendo de
la idea de que lo que ha de cambiar es lo de nuestro entorno, aprendiendo
siempre algo nuevo de nuestros errores y abandonando el riesgo de la idea de
que las cosas cambiarán por sí solas. Apliquémonos el dicho de "que no te
preocupes, que te ocupes" y conseguiremos sosegadamente el cambio que nos
propongamos.
Isidro Jiménez
No hay comentarios:
Publicar un comentario