miércoles, 30 de septiembre de 2015

LO QUE NO HICIMOS

LO QUE NOS QUEDÓ POR HACER

Voy caminando y caminando por un camino que parece no tener fin, repleto a sus lados de campos verdes, ocres y amarillos, llenos de siembra unos, de siega otros y algún otro sin labranza, llenos éstos de margaritas, amapolas, cardos, borrrajas, dientes de león, cerrajas, algún espárrago de tamarilla y, en la parte más fértil de estas tierras hasta plantago, verdolaga, tagarmina, uva de gato y algún otro matojo, que parecen sembradas, plantas todas ella propias del milagro diario de la naturaleza que da nacimiento a cuantas semillas quedan depositadas en la tierra sin una ayuda especial del hombre, pero sí arrastradas por la fauna y los fenómenos atmosféricos.

En el propio camino, pequeñas hierbecillas verdeguean el centro y ambos lados, sobreviviendo a las pisadas de los viandantes y al rodar de la ruedas en el ir y venir de los tractores, maquinaria agrícola, motos, bicicletas y coches, tratando de señalar los límites del camino donde viven y apartadas de las dos líneas calvas que han ido horadando cuantos por allí, a pie o a motor, circulan. Andando por el centro del camino avanzo, sin adentrarme en sus tierras adyacentes que se encuentran blandas por la lluvia y no son aptas para deambular sin miedo a resbalarse o caerse y enfangarse.

Con todas estas plantas en mi retina, con un paisaje de estas características, cual planicie interminable llena de olor y color, como un gran mantel de diversidad de tonalidades y plantas diversas que invitaban a retozar galopando al igual que caballo desbocado, seguía y seguía sin saber a dónde, pero disfrutando como tiempo ha no lo hacía, en medio de la naturaleza solo y a la vez con tanta compañía.

Llegado a un punto del camino, me encuentro entre dos enormes robles y extiendo las manos tratando de asirlos, convirtiéndome entre ambos en hilo conductor de sabia y camino de iones negativos, como cuando agarras dos cables eléctricos, uno con cada mano, haciendo de puente conductor de esa energía que nos aclara la noche al encender las bombillas. Me sentí lleno de energía, de la que corre por los árboles desde las raíces hasta la copa, que todo mi cuerpo se estremecía y mentalmente me sumía en un renacer de la naturaleza, como si de las entrañas más profundas de la tierra surgiera y tratara de elevarme en busca de las nubes que por encima de mi corrían sombreando aquellas planicies multicolores repletas de múltiples hierbas y flores.


En mi mente quedó grabada aquella singular experiencia de cable conductor entre dos enormes árboles, al igual que hubiera podido hacerlo enlazando dos torres de tendido eléctrico como conductor de energía, sin que por ello me hubiera electrocutado. Y esa experiencia, sobre la que pensaba y en mi mente daba vueltas mientras volvía por el camino que regresaba, me reconfortó y me llevó a darle aplicaciones diversas en la vida. Si yo había servido de puente de esa energía, - pensaba -, cuántas veces hubiera podido ser conductor de todos mis pensamientos, mi conocimiento, mi vitalidad, mi fortaleza, mi ánimo, mis ilusiones, mis sueños, mis inquietudes, mis ideas, en fin, de toda mi vida, transportándolos a quienes me conocieron por si de algo les servían.


Pasamos tantas cosas por alto en la vida que, en algún momento del camino, llegamos al convencimiento de que algo se nos quedó por hacer, que a cuanto hicimos le faltó algo de pintura, que cuando pintábamos quizás hubiéramos de haber dado alguna capa más, tratando de hacer lo que se nos quedó en el tintero y de utilizar más tinta en cuanto hicimos.


Isidro Jiménez

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