Desde que comenzara la era democrática que degustamos,
iniciada después del período franquista, hemos tenido gobiernos con mayoría
absoluta y gobiernos que la han conseguido pactando con formaciones
nacionalistas, todo dentro de nuestro sistema electoral, el que, dicho sea de
paso, más tarde o más temprano habrá que cambiar.
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El día 22 se celebrará, como cada
año, la lotería de navidad, sorteo que todo el mundo tiene en mente, o si no ya
te lo recordarán ofreciéndote décimos o participaciones, a los que no podremos
resistirnos por aquello de por si toca, aunque lo más probable es que no nos
tocará, según la ley de la probabilidad, que mide las posibilidades de que un
evento ocurra.
Pero antes del día 22, tenemos una
cita el día 20 con las urnas. Este día vamos a elegir a quienes nos gobiernen,
que será un nuevo gobierno o tal vez no tan nuevo, dependiendo de los
resultados de cada partido político. Hasta ahora habíamos jugado a elegir a la
derecha o a la izquierda, a los que gobernaban o a los en la oposición, con o
sin mayorías absolutas, pero ahora el panorama que se nos presenta en el 20D es
distinto. Esa distinción la marcan los partidos emergentes, quienes llegarán al
gobierno, cosa poco probable o casi improbable, o servirán de bisagra para
formar gobierno con la derecha o la izquierda de siempre de nuestro espectro
político. Aunque es cierto que estos que llamamos emergentes tal vez sueñan con
tomar la Moncloa con sus propias fuerzas.
Acaba de empezar la campaña
electoral, pero no es menos cierto que ya empezó con las elecciones autonómicas
y municipales e incluso con las europeas. Llevamos ya demasiado tiempo
escuchando en todos los medios de información las propuestas de cada candidato a
la Moncloa, las más o menos acertadas agudezas de los tertulianos y periodistas,
todos los programas de entretenimiento en las cadenas de televisión, pues sin
duda debe ser más barato el caché de un político que el de un artista y ahora
nos toca oír y aguantar todas las intervenciones de los candidatos a la Moncloa
en todas sus intervenciones por los distintos municipios de España. ¿Sabremos
al final distinguir lo que nos conviene y discernir de todo lo manifestado para
con, claridad de ideas, apostar por el mejor? Difícil tarea la que se nos
encomienda.
Ha llegado el momento de votar. Sin
duda como en cada decisión que tomamos, nos guiaremos por nuestra experiencia
personal y somos tantos que experiencias hay para dar y tomar, por lo que es
complicado acertar todos y, aun acertando, posteriormente podemos pensar que
nos equivocamos y que el acierto fue un error, pues aquél al que elegimos con
lo que nosotros creímos no comulgó.
Los dos partidos de siempre ya los
conocemos y a los emergentes ya los deberíamos conocer. A los primeros porque
han venido gobernando y alternándose en el poder y a los segundos porque ya
están en el gobierno o en la oposición en autonomías o municipios, en muchos
casos con realidades muy por debajo de las ilusiones que despertaron.
Disponemos
de 350 escaños en el Congreso de los Diputados, más 266 senadores. Se distribuyan
como se distribuyan los 350 escaños del parlamento, más los del Senado, son
excesivos los políticos de que disponemos, al menos parecen demasiados, más aún
teniendo en cuenta los 17 parlamentos autonómicos, las diputaciones y corporaciones
locales, los mil y un organismos, empresas públicas, sindicatos y no sé cuantas
cosas más. Demasiada gente para cuidarnos, para gestionar, dicen, la cosa
pública mediante los correspondientes sueldos, dietas y gastos de
representación a costa de los sufridos contribuyentes.
Muchos piensan en
aumentarnos los impuestos y pocos que propongan racionalizar la política y la
administración para hacerla más barata y efectiva. A lo más que llegan es a
propugnar una administración on-line, sin papeles, a la que se pueda
acceder desde internet o WhatsApp. Todo muy moderno, pero sin que se hable de
una radical simplificación administrativa.
Habrá que estar ojo
avizor a los programas de los partidos, habrá que leerlos aunque sea para
comprobar cómo se incumplen. Por cierto,
respecto a la educación ya veremos si el libro blanco que prepara José Antonio
Marina lo toman en serio los próximos gobernantes, sean quienes fueren,
o si todo se reducirá a suprimir la religión o la enseñanza concertada que, por
cierto, resulta más barata que la pública.
Tampoco se habla mucho
del sistema de pensiones, ya que la verdad es que está quebrado con una
población de mayores que cada vez duramos más años y sin un aumento apreciable
de cotizantes jóvenes y con el dato añadido de que ahora cada vez nacen menos
que los que mueren y que produce un censo de población menor. Este colectivo de
pensionistas es muy importante y suelen tener muy claro su voto para
salvaguardar su pensión ganada con sudor y lágrimas.
Quien quiera que forme
gobierno, por sí o con alianzas, estas últimas las más probables si nos
remitimos a las encuestas y entendidos en estas materias, habrá de lidiar con
muchos temas, que no son pocos los que nos acechan y ponen en peligro nuestro
bienestar y habrá de corregir sobre todo este mundo de desigualdad que se ha
producido con la crisis, en el que se han enriquecido los ricos y empobrecido
los pobres. Habrá de rebajar o modificar impuestos, que graven a los ricos y
beneficien a las clases obreras para generarles más poder adquisitivo que
impulse el consumo. Habrá de acabar con la congelación de salarios ínfimos y
con los ingresos desmedidos de quienes, aun en crisis, los han visto
aumentados. Habrá que generar empleo, impulsar las energías renovables,
reforzar y modernizar la justicia, implantar en toda la Administración las
nuevas tecnologías, eliminar trabas burocráticas al ciudadano, etc. etc. y, por
último, habrá de acabar con la ruina humana de muchas familias.
Que sepa el gobernante
que llegue a la Moncloa que, los que han soportado la crisis, que han sido los
más pobres, ya no pueden serlo más y que, éstos, no han sido los que la han
generado "gastando por encima de sus posibilidades", como se ha
repetido hasta la saciedad. Pongamos fin al despilfarro y sobre todo al fraude pasado, presente y futuro.
Isidro Jiménez
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