Lo que hemos retrocedido
La crisis ha significado un claro retroceso en la prosperidad de las personas, pero, ¿en qué medida? Una respuesta simple la podemos encontrar acudiendo a la Renta Nacional Disponible, una medida mucho más adecuada que el PIB, por su mayor relación con la renta personal. En el 2013 alcanzó los 846 mil millones de euros, algo mas después de la ultima modificación del INE en la forma de medir la riqueza del país. Es una cifra intermedia entre la del año 2006 (825.243 millones) y el 2007 (877.625 millones). Ahí es donde estamos, y por tanto el retroceso se sitúa entre seis y siete años. Es una cifra considerable, pero sobre todo porque no estamos habituados a tales saltos atrás.
Nuestra percepción ha sido siempre de avance, aunque en ocasiones resultase ficticio. Pero, bajo otro punto de vista, tampoco es tanto. Aquellos dos años no nos pillan tan lejos como para impedir un recuerdo claro de cómo vivíamos, y para la gran mayoría la verdad es que no se vivía mal. Y esta idea, también simple, nos permite ver la cara real de la crisis. Su problema radical no es el retroceso sino la forma como se ha distribuido. Para unos ha sido catastrófico, porque lo han perdido todo, incluso el hogar, otros un poco, y bastantes nada, algunos incluso están mejor. Porque los efectos de la crisis serían mucho menores, más aceptables para todos, con una más adecuada distribución de sus efectos. Y esa es la ceguera que el egoísmo y la técnica impiden modificar. Un egoísmo que es menor de lo que parece, solo que los políticos, los de antes y los nuevos, no saben cómo utilizar. Porque lo que realmente resulta admirable es la solidaridad de muchas, pero que muchas personas.
Ese sentimiento que recorre las entrañas del país no tiene un catalizador que lo transforme en políticas que redistribuyan de forma ordenada las cargas de la crisis. Esto es así porque la política que se practica está muy lejos del amor y muy cercana de la enemistad, de la acritud; y esta forma de entender la política y practicarla no permite recoger las buenas actitudes de la gente.
Pero hay otra razón no menor: la economía erigida como un fin impide la creatividad necesaria para utilizarla aprovechando esta solidaridad individual que tantas asociaciones, empezando por Cáritas, sí canalizan. Nos encontramos con dos mundos que conviven pero no se encuentran, el solidario, que con medios surgidos de la solidaridad de las personas palia de una forma decisiva los efectos de la crisis, sobre las personas y las familias; y el político, que se mueve sin corazón a golpe de guarismo en un absurdo brutal. Lo es porque la política debe ser una manifestación de una forma especifica de amor, y lo es también des de la pura racionalidad técnica porque no sabe aprovechar un recurso disponible y que con el estímulo y adecuación de las instituciones podría ser mucho mayor.
Una política que no sabe aprovechar lo mejor de sus ciudadanos es un fracaso, y por desgracia este es el común denominador de todos, desde el Gobierno a Podemos, porque también estos forman parte de la vieja política, la de la sociedad desvinculada. Son una especie de reacción alérgica, surgida de las propias raíces de la desvinculación –de sus consecuencias- cuya agresividad castiga a los mismos que quiere defender.
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