Me sentaba en la caída de la tarde, antes de la puesta del sol, en este casi olvidado banco, en mi tranquilo pasear por el sendero que baja al río, reflexionando sobre la maravilla de la naturaleza que inundaba mis sentidos, como si acabara, absorto, de descubrir un nuevo mundo alejado tantos años de mi y en el que por fin me sentía inmerso, gozando placenteramente de todo cuanto me rodeaba. Ahora visito el lugar de vez en cuando y una y otra vez se repiten los mismos sentimientos. Me dan ganas de reír y llorar, llorar y reír al mismo tiempo, en un gozo profundo que tonifica mi vida y me eleva, en mi pequeñez, a lo más alto de mi estima.
En mi transitar, anhelo en mi mente los recuerdos del pasado, los acontecimientos que precedieron a mi madurez, tratando de volver a vivir los momentos más inolvidables de mi vida, aquellos que quedaron indelebles en mi memoria y que, día a día, persisten y golpean en mi mente con una amalgama de recordatorios fotográficos que se repiten a modo de fotogramas de película.
Cuando se han sucedido en mi memoria esos recuerdos y momentos fotográficos, regreso al presente, ante la imposibilidad de hacer ese pasado el presente de mi vida y llevarlo hasta el futuro, futuro incierto y presente trepidante que se sucede rápidamente como si persiguiera ocultar aquel pasado para no recordarlo en el futuro y vivir intensamente lo que me depara en este presente tan galopante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario